jueves, 10 de febrero de 2011

Las cosas cambian, Dios escucha, los anhelos se cumplen, la felicidad vuelve, la vida sigue...

Angelo
Es inevitable que algún día leas todo lo que publiqué en mi blog. Me encantaría que no lo hicieras, pero bueno...
Antes de que lo hagas me gustaría que supieras algunas cosas:
La primera es que te quiero. Te quiero hasta el borde de la cursilería. Y que me gustas con escándalo.
La segunda es que solo algunas de las entradas que fueron escritas por esta persona que te gusta y que te resulta agradable, las otras fueron escritas... por la misma persona pero terriblemente triste y enojada.
La tercera es que de estas segundas entradas hay varias que me averguenzan por completo. Lo único que puedo decir para defenderme es que ya sabes las tres historias, y sabes que de ninguna de ellas salí indemne ni victoriosa.
La cuarta es que, aunque en algún momento dije que este... ser... no me dejaría de gustar nunca, la verdad de las cosas es que ahora pienso que tiene ojos de sapo, demasiado alcohol en el cuerpo, la piel envejecida por el cigarro, que esta arrugado, que le sobra piel, que tiene el cuello como una señora de 60 años y que Enrique Jardiel Poncela siempre tuvo la mas absoluta razón sobre las personas de su tipo en el ensayo sobre el donjuanismo.
En consecuencia, para felicidad tuya y para alegría de todo el público presente... Las cosas cambian, Dios escucha, los anhelos se cumplen, la felicidad vuelve, la vida sigue... y lo que pasó desde el "Dios escucha" en adelante es que apareciste tu.
Así que finalmente todo lo que viviste y todo lo que viví nos trajo a este punto en que la minúscula esfera de felicidad que guardábamos con tanto celo para defendernos de los malos ratos, explotó en el espectáculo de luces, música y pirotecnia que es sabernos queridos por el otro.
Somos una fabrica de buenos momentos que recuerdo alegremente cuando hay 600 y tantos kilómetros entremedio.
Te quiero




y al publico general... no se pongan celosos, también los quiero, la diferencia es que ustedes no tienen ese par de ojos preciosos, ni esa piel, ni esa forma de ser tan despampanantemente adorable.