domingo, 19 de octubre de 2014

¿Y por qué no hace la clase usted?

Ser profesor. Oficio bendito, dice M. A. de la Parra.
Posición de autoridad, respetada encarnación de la sabiduría, puente al conocimiento, representación del saber... mis polainas.
Durante mi escolarización, escuché cientos de veces la terrible frase. Todos tuvimos un compañero insoportable que se dedicaba a dormir y, en sus escasos momentos de lucidez, a cuestionar las sagradas enseñanzas del profesor. Entonces sobrevenía (con una carga emocional que solo hoy puedo entender) la réplica "¿Por qué no pasa adelante y hace usted la clase?".
Alguien me contó una vez algo parecido y resulta que el crío se levantó y realizó la mejor clase que tuvo su curso en años. En fin. Salvo esta preciada excepción durante toda mi etapa escolar no pude interpretar esta frase más que como un desafío simbólico. Era una invitación, claro, sin embargo, era más bien una especie de ofensa. De fondo se escuchaba "Qué te crees, cabro chico. Con suerte sabes como se llama tu mamá y te atreves a cuestionarme" y todos, finalmente, concordábamos.
Las cosas, claro, han cambiado. Me considero una buena profesora. Confío en mis métodos, me tengo fe, pero, con estos escasos dos años de oficio jamás me atrevería a decir una aberración así.
Más bien, el desagradable desafío ha cobrado para mi un nuevo significado. En cada curso hay uno que sabe mucho más que tu. Con 14 años ha visitado más países, leído más libros, tenido conversaciones más interesantes y desarrollado más habilidades. Con 16 años ha aprendido 3 idiomas, 5 instrumentos, va en el nivel 6 del mapa de profesor y hecho 3 cursos en la escuela de verano. Para cuando alcanza los 17-18 ya se desencantó del mundo y volvió a amarlo, pasó por su crisis de fe y la solucionó, hace planes para vivir en otro país y, digámoslo lisa y llanamente, ha hecho cinco veces más que tu, en 6 años menos.
Y sin embargo están ahí, sentados en sus sillas, escribiendo como enajenados todo lo que uno dice, como si tuviera algo que enseñarles (algo que ya no sepan).
En cada curso hay uno que deslumbra. Levanta la mano para preguntar algo y te deja pensando toda la semana. Hace un comentario y sientes que debes volver corriendo a tu facultad. He tenido tres: una salió el año pasado, otra va en tercero y otro un año más abajo. Y los admiro.
Me encantaría poder desafiarlos y formular la pregunta que con tanto odio escuché tantas veces. Solo que el interés es genuino. Quizás qué maravillas aprendería en 45 minutos protagonizados por mis alumnos.
Tal vez deberíamos dejar de arrancarnos con los tarros. Seamos sinceros, hay bien poco que los cabros no puedan aprender sin nosotros. Los profesores somos absolutamente necesarios, pero de ninguna manera porque sepamos más. La información está al alcance de la mano, los tutoriales a la vuelta de la esquina. Cualquiera con internet y motivación aprende.
¿Para qué trabajamos en la escuela entonces?
Cuando estaba en media creía que la autoridad del profesor venía de su conocimiento y ahora no tengo muy claro de donde viene en verdad.
Hay que volver a pensar.
El rol del profesor está en crisis.