miércoles, 12 de marzo de 2014

Sacarse el sostén es más represivo que usar corsé

El cuerpo de la mujer es un asunto delicado. De hecho, decir que es "delicado" ya resulta problemático. Es, más bien, complicado, aunque "complicado" puede resultar igual de hiriente. Y si digo problemático, entonces la mujer es vista como causa de daño, como en el relato de génesis y... En fin, en vistas de que no se me ocurre ninguna manera de decir "eso" sin ser malinterpretada por el feminismo extremo, dejemoslo en que el tema es complejo y ya.
Uno de los motivos de esta complejidad reside, creo yo, en la generalidad de la naturaleza masculina. No soy muy versada en sexualidad y me temo que casi todo lo que se al respecto es meramente teórico, pero desde mis aproximaciones a la fisiología y psicología, el deseo despierta en la globalidad de los hombres, por la vista. No es ninguna sorpresa, porque ya desde las antiquisimas aproximaciones a la psicología de Ovidio en el "Ars amandi" y a la medicina en el "Lilium de medicina"(1) el "mal de amor" es una enfermedad intrínsecamente masculina y que se produce por la contemplación del objeto amoroso(2). 
Y si nos trasladamos hasta el día de hoy, y por favor "masculinistas" no se ofendan tampoco que hablo de una generalidad, los hombres podrán enamorarse de manera sensible y desde el profundo conocimiento del otro, pero desean desde lo que ven. Las mujeres somos distinas (lógico, que seamos todos humanos no significa que seamos todos iguales). Encontramos "ricos" a ciertos hombres con ciertas características, pero la barra del atractivo está considerablemente más alta que en el caso de los hombres (fémina, escucha, si trabajaras en una construcción cuantos hombres serían dignos del "RRRRICOOOO!!!"). Y desde ahí hasta el "intimarsss"(3) hay un abismo cercado con alambre de púas, foso con cocodrilos y al fondo un hoyo negro. En este sentido las cosas han cambiado también y hay mujeres que declaran con todo orgullo que llegan y se encaman al segundo con quien les de la gana (yai??), pero en general son muchas menos las mujeres que están dispuestas a tener sexo con un guapo que acaban de conocer, que los hombres con guapas igualmente desconocidas (4). Para recapitular, los hombres son más visuales que las mujeres y ahí está la industria del porno para probarlo.
Producto de esta "naturaleza masculina" el cuerpo de la mujer ha sido, queramoslo o no, el objeto de deseo del hombre. Las mujeres somos todo cuerpo, excepto cuando eres familia, en cuyo caso eres toda castidad y corazón. Mis recientes paseos por aproximadamente MUCHOS museos europeos me hicieron notar, por ejemplo, que en la pintura y escultura, mientras los hombres son retratados en poses heroicas o trágicas con un oportuno doblez de tela cubriéndoles el miembro discretamente (5), las mujeres se representan absolutamente desnudas, emulando a Afrodita con sus poses provocadoras, que se diferencian de la pornografía casi solo porque están pintadas con pincel en vez de estar captadas por una cámara en colores (porque si está en blanco y negro, entonces es un "desnudo artístico").
Y esto que sucede en la pintura se replica, de cierto modo, hasta el día de hoy. El cuerpo de una mujer es como una cosa que no es uno mismo, es ajeno (6) y es de otro. Es como un antejardín que no es propiamente parte de la casa, pero que hay que limpiar y mantener constantemente para la recreación de la vista del transeúnte y ocasionalmente la propia. Somos responsables del cuerpo, pero no es para nosotras, es para la contemplación, para constituirse en el objeto de deseo de un otro. Y por más o menos feministas que nos creamos cada cual, todas aspiramos a ser un poquito guapas o, por lo menos, a no ser "porfiadita de cara".
Por esto, se han creado toda suerte de prendas, menjunjes y artilugios para que el cuerpo de la mujer se vea exactamente como el ideal. Ahora bien, este "molde" con el que se corta y separa el cuerpo bello del feo, ha sufrido transformaciones. Por ejemplo, las anoréxicas de las pasarelas habrían tenido serios problemas con su aspecto hasta hace menos de 100 años, cuando lo "in" era ser más bien rechonchita, pero ese es otro tema.
Ahora, el título... Sí... El título. Bien. Estuve en el Museo del traje en Madrid... Y en el Museo de la moda en Santiago. Y una de las principales atracciones en ambas visitas fue la ropa interior. Es curiosísimo como las prendas que ni siquiera se muestran han evolucionado a lo largo del tiempo. Algo nos dirán de la cultura y como se ha percibido a la mujer en distintos momentos y lugares. Y efectivamente, uno ve un sostén y un calchuncho noventeros y los compara con los corsé, polizones y miriñaques que usaban en la época victoriana y uno que la emancipación femenina ya alcanzó su la cúspide. 
En el museo del traje había un video que mostraba la evolución de la ropa interior femenina desde la edad media hasta los '90 y... Me hizo pensar que en realidad es un poco al revés. Es cierto que el corsé es físicamente mucho más opresivo pero, usar un sostén no me parece mucho más liberador, simplemente porque el cortagalletas en el que hay que calzar es el mismo e incluso más exigente que entonces.
La única diferencia es que en ese entonces te ponías toda clase de aparatos para simular un cuerpo que no tenías momentaneamente, y al momento de la desnudez a nadie le importaba si eras como una masa que se termina por ajustar al molde o como el agua que toma la forma del contenedor y luego solo fluye. Ahora, en cambio, debes verte exactamente igual que si llevaras el corsé, solo que sin ayuda. Hay que lucir ropa interior diminuta que no achica ni agranda ni sostiene nada y bikinis de la misma calaña con toda dignidad, y que no se suelte  ni una sola presa. Todo contenido, todo apretado, todo en "su lugar". Todavía tenemos que calzar con el modelo, pero ya no es suficiente  moldeamos el cuerpo desde fuera, ahora tenemos que transformar la naturaleza misma de nuestro cuerpo.
En consecuencia gastamos nuestras horas en peluquerías, centros de estética, quirófanos y gimnasios tratando de ser lo que no somos si pudieramos tomar alguna pastilla que cambiara nuestra genética y nos hiciera más altas y esbeltas, más rubias y con el metabolismo más rápido, muchas lo haríamos sin dudar. Entre otras cosas porque no somos todos iguales, pero tenemos que serlo, y no vamos a parecernos a la mujer latinoamericana, vamos a ser todas europeas, todas alemanas,  todas británicas (7).
Quitarse el sostén no tiene sentido si los pechos deben permanecer ahí mismo, sospechosamente ingrávidos y artificialmente puestos.
Las mujeres más feministas que conozco oprimen sus cuerpos con toda clase de fajas, rutinas y tratamientos voluntariamente para calzar con el modelo o se desviven en rutinas de ejercicio que moldeen sus cuerpos hasta lo imposible, y en ambos casos, viven acomplejadas por no alcanzar esa perfección deseada que no hace más que asegurarles el ser atractivas, y por eso, seguras de sí. Podemos engañarnos y pensar que lo hacemos por nosotras mismas, porque si estamos guapas estamos conformes y felices y no necesitamos que nadie nos haga sentir bien con sobreproteccciones y cuidados como si fueramos frágiles, pero cuando transamos la salud oprimiendonos los órganos, muriendonos de hambre y amargándonos por que nunca seremos un ángel de Victoria's Secret no hacemos más que demostrar lo desesperadas que estamos por ser esa mujer atractiva, ese cuerpo perfecto, el objeto deseado.
Así que vamos a reformular lo que dije en un principio. Esto no es culpa del sexo masculino, que no conozco ni un solo hombre tan desgraciado como para exigirle a una mujer que sea Julia Roberts en sus años mozos (o tal vez tengo demasiada suerte), ya tienen ellos sus propios problemas con modelos igual de imposibles. Somos nosotras mismas, que nos desconcentramos luchando contra cosas sin importancia (como que te lleven las bolsas del supermercado, como si no pudiera interpretarse solo como amabilidad independiente del género) mientras nos sometemos voluntariamente a otro tipo de opresión. Las mujeres más bonitas que conozco son las que viven sanas y felices, conformes consigo mismas en vez de descuajarse las tripas para parecer una escoba (8j.

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(1) no tengo como poner cursivas, sorry my.
(2) que genera "calores", produce sequedad y un aumento en la secresión de bilis negra (o melancolía) que hace que la imagen amada se adhiera con más fuerza a la imaginativa, de modo que el amante recrea constantemente el "fantasma" de la amada, que genera aun más sequedad y melancolía, en un circulo sin fin de alteración de  todas las funciones corporales, que podría conducir al enamorado incluso hasta la muerte.
(3) porque decir sexo es casi tan feo como decir poto... O pipí.... Casi peor que "teta".
(4) hay un estudio

(5) y, en realidad, casi CUALQUIER objeto sirve. Puede ser una cortina que justo flotaba por esos parajes, el borde de la túnica de otra persona, una hoja, un pajarito, la espada de otra persona, etc.
(6) la Celeste sabe un montón de esto, así que espero que, como es una de las 2 personas que me lee, me comente alguna bibliografia del tema.
(7) y esta es una de las cosas que más me complica... ¿Cómo les hago entender a mis alumnas, cómo me hago entender a mi misma que NUNCA voy a calzar con ese modelo, simplemente porque mi cuerpo no es así? ¿Cómo logro que mis estudiantes más pequeñas dejen de torturarse intentando parecer gringas y valoren otros tipos de belleza, de otras razas y de la suya propia? ¿Cómo les demuestro que ni siquiera sus "modelos" se parecen a si mismas, que no hay mayor belleza que la de aquel que está sano y feliz?
(8) y los hombres más bonitos siguen, a mi parecer, la misma línea.